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Existe una concepción muy
extendida de nuestra sociedad que la divide en dos mitades: una,
integrada por un reducido número de personas, que conforman los grupos y
gobiernos con capacidad para decidir y que ostentan el Poder; y otra,
el resto, soportando el peso de un sistema, a menudo desconcertante,
que no han elegido y con una capacidad de decisión casi inexistente,
minimizada o testimonial: hablamos del Pueblo.
De vez en cuando se produce una emoción muy legítima entre el Pueblo llano cuando el Poder se fija en uno de sus hijos o hijas. Muy fuerte. Se llamen como se llamen; o sean, por ejemplo, panaderos o barberos en su localidad, encontramos con frecuencia un denominador común: proceden de la calle. En muchos casos son personas del día a día, sencillas, que se ilusionan con la perspectiva que se les presenta. También son muchos los casos en los que no están capacitados, ni cultural, ni formativa, ni ideológica, ni académicamente; pero no importa. Lo valen y ya está. Pasa el tranvía y se montan. Es muy probable que no sepan qué es lo que se espera de ellos y ellas, pero no importa. Es una gran oportunidad. Pero... ¿Para quién?
El Pueblo se expresa orgulloso y por unos momentos deja de sentirse ninguneado porque uno de los suyos ha conseguido tocar Poder; en definitiva, porque ha sido elegido. Parece como si fuera nuestro hermano. Y ahí está. Quizá no saben que, probablemente, el Poder los selecciona para utilizarlos como peones en su perpetuación. Simplemente.
Aparece la memoria compartida de la gente de la calle: seguro que fue compañero o compañera de colegio; quizá pocos estudios o ninguno; pero parece buena gente y es de nuestra comunidad: uno de los nuestros. Es una gran sensación compartida, que suele venir acompañada de un legítimo anhelo: que los elegidos por el Poder no se olviden de sus orígenes y traten de favorecer a sus gentes desde sus futuras posiciones de influencia.
Aún a sabiendas de que en muchos casos existe la variable de la poca preparación de estas personas, se apela a sus sentimientos y bondades sin tener todavía noción de que lo que se les está entregando es la capacidad de decidir y actuar sobre el presente y el futuro de los pueblos. Incluso la capacidad de destruirlos, de arruinarlos o de esquilmarlos. Pero puede más la esperanza y el deseo de creer en uno de los nuestros. Compañeros del colegio.
Pero sucede que el Poder destila una extraña esencia que hace que, a menudo, muchos de los nuestros dejen de ser "nosotros" y se conviertan, de pronto, en "ellos". Y que se vuelvan irreconocibles. Y que no piensen en nosotros, sino en ellos mismos. Algo parece suceder. Porque suelen muchas personas comunes olvidar sus orígenes, convirtiendo el poder que se les ha entregado en un objeto a conservar y no en una herramienta de cambio y progreso.
Y cuando llegan las primeras oportunidades, con frecuencia se toman decisiones que vulneran los derechos de los pueblos y de los débiles. Nunca un banquero. El Poder suele trabajar para el Poder.
Surgen reyezuelos, malos gobernantes y grotescos personajes de la plebe que se autoproclaman salvadores o salvadoras de los pueblos, desde el Poder y a cambio de un sueldo, pagado por el Pueblo, que suele ser mucho mayor que sus merecimientos. Gobernantes que no vacilan cuando firman los despidos a dedo de sus vecinos y vecinas y los arrojan a un futuro incierto, por ejemplo.
Y no perciben lo efímero de estas glorias. Un día, cuando ya no sean útiles al Poder, serán arrojados a las calles que les vieron nacer; en las que les esperan sus gentes, olvidadas, ninguneadas, despojadas de sus trabajos, desahuciadas, rotas y humilladas.
Entonces ¿despertarán?.
Será tarde.
De vez en cuando se produce una emoción muy legítima entre el Pueblo llano cuando el Poder se fija en uno de sus hijos o hijas. Muy fuerte. Se llamen como se llamen; o sean, por ejemplo, panaderos o barberos en su localidad, encontramos con frecuencia un denominador común: proceden de la calle. En muchos casos son personas del día a día, sencillas, que se ilusionan con la perspectiva que se les presenta. También son muchos los casos en los que no están capacitados, ni cultural, ni formativa, ni ideológica, ni académicamente; pero no importa. Lo valen y ya está. Pasa el tranvía y se montan. Es muy probable que no sepan qué es lo que se espera de ellos y ellas, pero no importa. Es una gran oportunidad. Pero... ¿Para quién?
El Pueblo se expresa orgulloso y por unos momentos deja de sentirse ninguneado porque uno de los suyos ha conseguido tocar Poder; en definitiva, porque ha sido elegido. Parece como si fuera nuestro hermano. Y ahí está. Quizá no saben que, probablemente, el Poder los selecciona para utilizarlos como peones en su perpetuación. Simplemente.
Aparece la memoria compartida de la gente de la calle: seguro que fue compañero o compañera de colegio; quizá pocos estudios o ninguno; pero parece buena gente y es de nuestra comunidad: uno de los nuestros. Es una gran sensación compartida, que suele venir acompañada de un legítimo anhelo: que los elegidos por el Poder no se olviden de sus orígenes y traten de favorecer a sus gentes desde sus futuras posiciones de influencia.
Aún a sabiendas de que en muchos casos existe la variable de la poca preparación de estas personas, se apela a sus sentimientos y bondades sin tener todavía noción de que lo que se les está entregando es la capacidad de decidir y actuar sobre el presente y el futuro de los pueblos. Incluso la capacidad de destruirlos, de arruinarlos o de esquilmarlos. Pero puede más la esperanza y el deseo de creer en uno de los nuestros. Compañeros del colegio.
Pero sucede que el Poder destila una extraña esencia que hace que, a menudo, muchos de los nuestros dejen de ser "nosotros" y se conviertan, de pronto, en "ellos". Y que se vuelvan irreconocibles. Y que no piensen en nosotros, sino en ellos mismos. Algo parece suceder. Porque suelen muchas personas comunes olvidar sus orígenes, convirtiendo el poder que se les ha entregado en un objeto a conservar y no en una herramienta de cambio y progreso.
Y cuando llegan las primeras oportunidades, con frecuencia se toman decisiones que vulneran los derechos de los pueblos y de los débiles. Nunca un banquero. El Poder suele trabajar para el Poder.
Surgen reyezuelos, malos gobernantes y grotescos personajes de la plebe que se autoproclaman salvadores o salvadoras de los pueblos, desde el Poder y a cambio de un sueldo, pagado por el Pueblo, que suele ser mucho mayor que sus merecimientos. Gobernantes que no vacilan cuando firman los despidos a dedo de sus vecinos y vecinas y los arrojan a un futuro incierto, por ejemplo.
Y no perciben lo efímero de estas glorias. Un día, cuando ya no sean útiles al Poder, serán arrojados a las calles que les vieron nacer; en las que les esperan sus gentes, olvidadas, ninguneadas, despojadas de sus trabajos, desahuciadas, rotas y humilladas.
Entonces ¿despertarán?.
Será tarde.
